Nunca voy a saber escribir.

Vaya, siempre es curioso volver a publicar algo en este blog. Hace meses que no ponía una entrada por aquí y mucho menos una que no se tratara de una publicación corta sobre algún evento venidero, pero no es que no quiera o no tenga nada qué contarles (se los juro, tengo en la papelera otras once entradas que nunca llegué a completar y que se quedarán allí hasta que decida que es mejor quitarlas y ya está), pero el 2019 fue un año particularmente agitado para mí, en el que toda mi energía se fue tanto en terminar Leyenda de Fuego y Plomo como no volverme loca con el rush de las ferias de libro y presentaciones que tuve, cosa que, por supuesto, no logré (lo de conservar todos mis tornillos, porque el libro sí que lo terminé).

En fin. Yo no sé qué es lo que me pasa que siempre que siento muchísima nostalgia (mi sentimiento favorito, junto con el miedo), me vuelco a este blog a escribirles un poco, tal cual solía hacer cuando comencé este espacio y me aventuré por primera vez en esto de ser escritora. Este año también me ha costado muchísimo ordenar las ideas en mi cabeza y siento que ha sido en gran parte gracias a que pasé casi dos años siendo incapaz de escribir algo que no tuviese que ir dentro de un libro.

Pero algo ha cambiado, una vez más. Ahora que decidí volver a poner manos a la obra y dedicarme con más intensidad a escribir el siguiente volumen de la Nación de las Bestias, justo cuando estoy en este estado de concentración y compromiso en el que no suelto el teclado hasta acabar mis mil palabras diarias, es cuando siento que necesito, más que nunca, hablar de cosas que no sean sólo de mis libros. Hablar de escribir, de mis procesos, de lo que leo y de arte, muy a pesar de éste último es uno de los grandes succionadores de energía que he tenido en los últimos años, ya que desde el 2018 no he hecho otra cosa que trabajos bajo comisión para otras personas, no tanto para mi recreación personal.

Ojo, no me estoy quejando de tener trabajo, para nada, jejeje, pero sí hecho de menos tener un tiempecito por allí para hacer alguna qué otra obra solo para mí, con el simple fin de dejar desbordar mi imaginación, pero entre escribir y pagar las cuentas, no me queda mucho de dónde escoger.

Pero dejando un poco de lado todo eso, de lo que vengo a hablares es de cómo está siendo mi proceso ahora que estoy escribiendo el tercer libro de mi saga, pero, para eso, hay que ponerlos un poquito en retrospectiva.

El Señor del Sabbath, como casi todos por aquí lo sabrán, fue mi primera novela, y escribirla fue un rush absurdo de adrenalina, un libro escrito totalmente por instinto (modo brújula, le dicen), en el que las ideas y las palabras brotaron de mis dedos con una naturalidad que, a estas alturas, me resulta insólita. El primer borrador lo acabé en apenas tres meses, y no recuerdo haber sentido en mi vida una descarga de emociones tan grande como la que tuve en aquel momento. Siento que mi enojo hacia la literatura estandarizada y normativa de aquella época ayudó mucho en esa revolución, o tal vez fue el hecho de que, después de estar sumergida en una profunda depresión desde el 2014, por fin mi vida ya no se reducía a sobrellevarla como me fuese posible, sino a terminar la siguiente frase, el siguiente párrafo, el siguiente capítulo…

Total. No sabía lo que hacía, ni cómo lo hacía, pero de alguna forma, no sólo terminé un libro, sino que, tan literal como se lee, salvé mi propia vida en el proceso.

El segundo libro fue una historia distinta, una que, creo, no he contado en su totalidad hasta ahora. Una vez terminado el Señor del Sabbath, ya puesto a la venta y moviéndose bastante bien, comencé a escribir otra vez por instinto, algo que probablemente mantuve por los primeros veinte capítulos de Leyenda de Fuego y Plomo. Otra vez, las palabras fluían con una naturalidad desbordante y, en algo así como dos meses, terminé la primera parte del libro.

Luego, las cosas empezaron a ponerse difíciles. Las ideas ya no brotaban como margaritas, las ideas ya no podían encajar con coherencia, las acciones y los personajes de pronto se volvieron de cartón. A medio camino, me di cuenta de que algo terrible me había sucedido: la complejidad del universo de LNDB y de la propia historia me habían sobrepasado.

Sí. Mi propio libro era demasiado complicado como para que yo pudiese escribirlo.

Y no lo quise aceptar. Por meses, no quise creer que no era capaz de acabar la historia y, a trompicones, logré hacer un borrador inicial de 159,000 palabras. Un borrador que le pasé, o al menos, las dos primeras partes, a dos beta readers en quienes hasta la fecha sigo confiando ciegamente. Y el resultado fue bastante devastador: su veredicto fue que toda la primera parte de la historia y sus personajes, los que para mí eran los cimientos del libro entero, eran un completo desastre, mal ejecutado, mal logrado, y sin sentido.

Como buena escritora novata, ese día me quise tirar de un puente. Me había acostumbrado al extraordinario recibimiento que había tenido el Señor del Sabbath con la crítica que el saber que no había logrado hacer una historia a su altura me desmoronó por completo. Me tiré un año entero de mi vida intentando arreglar esa primera parte de la historia, ese desastre que se convirtió en un grillete que me llevé a todas partes y que me persiguió de una manera tan horrible que se asemeja bastante a lo que Elisse experimenta en el propio libro.

Fue entonces cuando pasé de escribir en brújula a mapear. A trazar cientos de escenas, escenarios y trasfondos que torcí y estudié hasta que todo tuvo sentido. Y, de pronto, tras decenas de reescrituras (que no es broma ni exageración, tengo allí todas las versiones de este libro guardadas, diametralmente distintas las unas de las otras), tras tres largos años de intentar arreglar una historia que creí que nunca terminaría de verdad, en enero de 2020 le puse punto final al manuscrito definitivo de Leyenda de Fuego y Plomo, en aquel entonces, Leyenda de Hueso y Plomo.

Y el resultado fue totalmente inesperado. Absolutamente todos mis editores, betas (incluidos aquellos dos a quienes me habían abierto los ojos al inicio, y a quienes nunca dejaré de agradecer por su honestidad) y mis lectores con copias adelantadas me dijeron lo mismo: que el segundo libro había sobrepasado, por mucho, al primero. Que era mucho, mucho mejor.

Opinión tras opinión, me quedé totalmente perpleja, porque no podía creer que ese monstruo de cuatro cabezas que me había hecho llorar y querer tirar la toalla y no volver a escribir nunca, había superado la historia que me hizo comenzar con todo y que hice con tanta naturalidad. Era insólito para mí y a pesar de que la publicación del libro se ha retrasado cuatro meses gracias a la pandemia, por primera vez me siento, no tanto confiada, sino aliviada, de que la historia llegue por fin a los lectores.

Y después de la estampida que fue Leyenda de Fuego y Plomo, por unos segundos creí que por fin lo había logrado. Que después de pasar por dos procesos tan diferentes y por tantas subidas y bajadas en mi autoestima escritoril, por fin ya iba a saber cómo carajos sentarme a empezar con una historia. Y la verdad es que, a mediados de Julio, cuando por fin me dije que ya había tomado suficientes vacaciones post-traumáticas y era momento de continuar, me di cuenta de que, otra vez, NO SABÍA HACER ABSOLUTAMENTE NADA.

Una vez más, me siento completamente aterrada de escribir y de la forma en la que estoy construyendo este libro. Me he debatido incansablemente entre la rutina, que me está ayudando a avanzar en la escritura de la historia, y entre el no saber si realmente estoy disfrutando el escribir de una forma tan mecánica y formal, con un horario tan marcado como lo son las 4:30 de la mañana (porque sí, a esa maldita hora me levanto a escribir). Cada madrugada en la que me siento a escribir no dejo de preguntarme si le estoy haciendo justicia, no a la historia, sino a la forma en la que estoy viviéndola, aún cuando sé que la experiencia con cada libro que escribo siempre resulta abismalmente diferente.

LNDB3 es, y siempre lo he dicho, el libro al que he soñado llegar desde que comencé La Nación de las Bestias, y ahora que estoy allí, no sé qué hacer con tantas posibilidades. Con tantos años de soñar con escribir esas escenas, con elaborar esos diálogos. Me siento perdida otra vez y aterrada de la posibilidad de que no estoy sintiendo absolutamente nada escribiendo.

Esa es mi peor pesadilla. Y tal vez, la de cualquier escritor.

He pensando en releer el Señor del Sabbath para meterme más en la historia, agarrar el hilo desde el principio y nutrirme de esa nostalgia que tanto me inspira, pero la verdad es que soy una cobarde, y vivo con el miedo de querer corregir todo lo que vea mal —ahora— en el libro, y que después me odie a mí misma por ello. Y aunque a veces me consuelan unas palabras que me dijo una vez una colega escritora, que fueron que no deberíamos arrepentirnos por lo que escribimos en el pasado ni temer lo que escribimos en el presente, porque siempre seremos el mejor escritor que podemos ser en ese momento (o algo así, y yo lo torcí a lo dramático, jajaja), sigo estando bastante asustada de qué me depara este nuevo proceso.

Yo creo que tendré que ser valiente y arrojarme a esa piscina en algún momento de agosto. Reencontrarme con ese Elisse, pequeño y asustado, pero dispuesto a todo con tal de no volver a sentirse solo.

Después de tanto tiempo de intentarlo y de buscar miles de fórmulas en internet, en mi experiencia, en los consejos de mis colegas escritores, caigo en cuenta de que sólo hay una única verdad en todo esto: nunca voy a saber escribir.

Nunca voy a saber cómo carajo sentarme a empezar una página en blanco, en cómo llenarla de palabras sin sentir que lo estoy estropeando, que no lo estoy haciendo bien, que no he entendido nada. Pero lo que sí sé, es que con cada canción que uso para escribir, con cada taza de café y cada vuelta de tuerca que se me ocurre a medida que voy escribiendo cosas no planeadas (algo que me recrimina mucho mi lado mapa, pero que hacen que todo tenga esa pequeña chispa emocionante de brújula) tengo la esperanza de que el tiempo de vida que comparta con este libro me traiga la suficiente nostalgia como para decir que amé cada proceso de ello. Porque sí, a pesar de todo lo que sufrí con LFYP, amo ese libro. Y amo los tres años que pasé volcando mi vida en él, y eso es algo que intento recordar lo más a menudo posible.

Por fin estoy aquí. Por fin estoy frente a esta historia, a esta trama, sin tener una maldita idea de cómo hacerla, pero yo sé, muy en el fondo, que una vez más voy a encontrar una manera de llegar hasta el final.

La Nación de las Bestias, ganadora de los Foreword Indie Awards. Agradecimientos.

¡Hola, Nación! Como ayer estuve anunciando —con mucho hype e incredulidad— que mi libro acaba de ganar el oro como mejor libro de fantasía del año 2018 en los Foreword Indie Awards (Link aquí).

Y debo admitir que hace unos meses, cuando me avisaron que era finalista, yo estaba más que satisfecha con sólo eso, porque jamás en mi vida creí que de verdad iba a ganar el primer lugar.

Confieso que todo ésto ha sido… muy extraño, y que estoy abrumada. Sumamente abrumada, tanto, que he refrescado la página una y otra vez para asegurarme que no estoy soñando. Que no es una fantasía rara de mi imaginación porque ¿cómo una escritora novata como yo, que sólo ha escrito una sola novela, que no es nadie, que no es famosa ni reconocida en realidad en el mundo editorial de mi propio país, iba a lograr tal cosa en un país extranjero?
En Estados Unidos, por favor.

Ayer, justamente un colega me puso en perspectiva lo que realmente significaba ganar éste certamen: Forewords Reviews es una autoridad con 20 años de experiencia en los Estados Unidos respecto a libros publicados de forma independiente (para quienes no lo sepan, mi editorial, The Mage’s Lantern, es una editorial nueva e independiente de Los Ángeles, California. Y mi libro es su primera novela publicada). En el certamen participaron más de 2,000 libros, y hubieron nada más y nada menos que 120 jueces, entre libreros, críticos y bibliotecarios, para decidir a los ganadores de cada categoría.

Decir que me siento descolocada es poco; me cuesta muchísimo pensar en mí misma como una autora ahora galardonada, porque yo me sigo sintiendo como esa chiquilla insegura que aquel lejano 28 de febrero subió su novelilla a Amazon para ver si a alguien le interesaba leerla.

Hoy en día, después de ésto, aún me sigo pensando si es una buena novela en realidad. Si no llegará el día en que alguien diga que todo lo que me ha pasado no es sino una farsa. Me preguntan muy seguido qué es lo que siento cada que veo mi novela en librerías, y la verdad es que «confundida» es la única palabra que me viene a la mente, jejeje.

No habrá ceremonia de entrega para éstos premios (eso sí, tendremos sellos dorados del premio para los libros y mucha, mucha publicidad), pero aún así quería aprovechar para agradecer a todas las personas que han sido parte de éste sueño y que han visto crecer a la Nación a través de los años.

Gracias a mis padres y a mi hermano, quienes, a pesar de mis errores, de mis tropiezos y la difícil adolescente que fui alguna vez, siempre han estado orgullosos de mí. Son las personas que más amo y admiro sobre la tierra.

A mi segunda familia: Ana Redfield, la mugre de mi uña, cuya amistad fue indispensable para que éste sueño germinara. Mary Arias, por ser una fan incansable, a Momis Arias, mi queridísima estilista y quien se hará millonaria con mi biografía personal, y a toda la familia Arias Segovia, incondicionales hacia mí y mi familia.

Millones de gracias a mi queridísimo editor M. L. Anderson, quien fue la primera persona en tener fe en mi libro, en apostar por él para editarlo y llevar éste sueño a otro nivel. ¡Gracias por tanto, Matthew!

Otro agradecimiento gigantesco al equipo Nation en Editorial Océano de México; a Rogelio, a mi editor José Manuel, Guadalupe Ordaz, Guadalupe Reyes, Ismael, Rosie, Griz, Zaybet, mi tocaya Paola y Alexis.

Un enorme agradecimiento también a mis invaluables hermanos Mike Rojo, jefe Óscar y Mike Azul, ¡diez años se van en un parpadear! A mis queridísimas Victoria y Elizabeth y a mis más viejas y queridas lectoras, la feroz Ruth Dragonborn, MariLou y Cintia Anfibia, quienes han estado allí antes que nadie.

A mis jefes y editores de arte en España: Isra perrete y mi adorada Carmen, quienes siguen creyendo en mi talento como artista.

A mi querida gente cercana que siempre me echa porras: mi hermanita Ingrid, mi queridísima nutrióloga Fany, Luis Boiler, Vertebreaker, Alex y Denisse, Nadia, Dany Baudelaire, Iris Rivero, mis primos Fran, Alis y Ale, Alejandro Bravo y Eli, Huitrón, Paukane, Emiliano (quien aparte, promociona con muchísimo entusiasmo mi libro en Gandhi), Luis Ballesteros, Iván, Carlos Enrique, Kyle Foster, Yen Gutiérrez, Jorge Rebollo, Morgana, Luis Arturo Sosa, Nax, Alan Santacruz, Mirsha, Will Morales, Benjamin Sparrow, Cynthia Andrade, Víctor Coronado, Andrés, Mauricio y Mónica ♥ Montse «La Wera», Eliane, Jeremy Brett, Fab, Milerna, Jonatan Frías, Luis Ballesteros, Karina Barba, Quique Franco, Sarai, Héctor, Brenda Tristán, Mariana Ayala, Wendy Sasa, Tanya, Norma Jean, Pony, Ornela, Ary, mi estilista Adriana, quien siempre deja mi cabello hermoso y a todos los que llenan mi feed de amor todos los días ♥

Mil gracias también a Gerardo, Vania, Juan Pablo, Pedro y La Librería de los Escritores, por ser, como bien lo he dicho, los primeros en plantar la semilla de La Nación en una estantería de verdad.

Muchísimo amor a mi familia de España, a quien extraño todos los días: mis maestros Geshe La Palden y Geshe Ngawag, Amparito Ruiz Cortéz, Alberto y Natalie. A mi familia de Utah: mi tía Cuquis, mi tío Gayland Moffat, Elizabeth, Benjamin y Hollie.

Gracias enormes a toda mi talentosísima familia de la #MexicanXInitiative que han traído tanta luz e inspiración a mi vida: John, Lauren, Gonzo, Grace, Héctor, Dianita, Cody, Libia, Illiana, Julia, Gaby, Alberto, Rax, David, Andrea, Felicia, Sara, Tehani, Babs, Smoke, Anna. Luis Zárate y Horacio. ¡Nos estamos comiendo al mundo!

A los escritores admirados, que ahora son colegas, y que me han inspirado muchísimo en éste camino: Jaime Alfonso Sandoval, Antonio Malpica, Andrea Saga, Rafa de la Rosa, María Echeverría, Nieves Delgado, Cristina Jurado, Antonio Rangel, Paula de Grey, B. J. Castillo, Giselle Ruiz, ¡Gracias por ser un enorme ejemplo!

Y finalmente, los agradecimientos de oro van para todos mis lectores, para todos aquellos que le han dado vida a la Nación desde el principio, que promovieron mi historia en sus blogs y canales con tanto cariño y entusiasmo: Karen, Engelbert, Montse, Naytze, Geek Marloz, Kramer, Angie, Clau GZ, Ari, Drew, Yelania, Ángel, Clau Ramírez Lomelí, Imagine Dragons, Rico León, Sergio Jahir, Karura, Luis, Lizbeth, Mayra, Sandra, Natalia Medina, Carolina, Jossimar, Alex Benitez, Jazmín, Romina, Gwen, Verónica, Moonyreaders, Geovanna Maya, Erick, Tres Trece, Lilí, Pato, Carina Rosas, Ma. Lourdes, y a todos los lectores que se unen cada día a la Nación.

Miles de perdones si me he olvidado de alguien; ésto ha sido escrito de forma muy rápida gracias a un rush de emociones. Miles de gracias a todos.

Compilación de Lecturas (Febrero 2019)

¡Hola, Nación! Como lo comenté en twitter, por salud mental dejé de utilizar mi cuenta de Goodreads, pero aun así, quise seguir compartiendo mis lecturas con ustedes, así que se me ha ocurrido subir en mi cuenta de instagram las lecturas que voy comenzando mediante historias y, a final de mes, dejarles un pequeño resumen de mi opinión aquí, en el blog.

Debo advertirles que una buena cantidad de lecturas que suelo hacer van enfocadas más a investigación o trabajos que hago para otras editoriales, por lo que si ven cosas extrañas o que parecen muy «random», es por éste motivo 😛

Voy a intentar ser breve, ya que hoy en día me cuesta mucho trabajo encontrar un poco de tiempo libre, así que, sin más, les dejo aquí mis lecturas de Febrero 🙂

Todas las Hadas del Reino.
Por Laura Gallego.

(Ir a sinopsis) Es la primera vez que leo algo de Laura Gallego. Admito que no me apetecía demasiado hacerlo, pero como compré éste libro desde hacía un par de años y ya me había propuesto sacar mis libros más antiguos de mi estantería de «to read», decidí leerlo de una vez por todas.

Creo que el estilo de Gallego me hace pensar mucho en la «old school», por el tipo de narración que maneja, las palabras que utiliza y el modo en el que construye las oraciones. Admito que al principio, me costó envolverme en éste retelling (y digo retelling porque, conforme vas leyendo, te das cuenta de que une en una sola historia muchos cuentos clásicos bastante conocidos) ya que tiene demasiadas vértices y no soy muy asidua a las hadas, al menos no en su versión más clásica (aunque la historia, en partes, tiende a tomar tintes más oscuros), pero creo que en general, la historia fue bastante entretenida.

Mi parte favorita fue, en definitiva, el final gracias al giro de la trama. Recomiendo mucho la historia para los fans de los cuentos clásicos de hadas, sin duda se pasan una buena tarde 🙂

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 Alchemy: The Great Work
Por Cherry Gildchrist.

(Ir a sinopsis) Cuando alguien me preguntó qué me parecía éste libro, hice la mejor recomendación que se me ocurrió: nunca compres libros de ocultismo si no sabes lo que estás buscando. No es lo mismo agarrar un libro alquímico o un libro de arte ocultista y saber de qué viene lo que estás leyendo, a tomar el mismo manual sin tener idea de qué es lo que el autor te está tratando de decir, porque el principal lenguaje de la alquimia son los símbolos, los cuales son tan variados como crípticos e interpretables.

Creo que, a grandes rasgos, éste libro en particular es muy útil para aquellos que quieren tener un primer acercamiento a la historia y conceptualización básica de la alquimia. Creo que Gildchrist hace un trabajo de investigación basto e interesante, el cual termina de resumir de una forma entendible, útil y concreta, aún cuando creo que termina haciendo unas cuantas redundancias conceptuales que pueden llegar a confundir al lector.

Terapia de Relaciones Objetales para tratamiento del Abuso Sexual
Por Jill Savege y David E. Scharff

(Ir a la sinopsis) Creo que el primer error que cometí al adquirir este libro fue el no entender por completo el concepto de «relaciones objetales».

Estaba buscando información respecto al abuso sexual pero, lamentablemente, mi desconocimiento psicológico no me permitió entender que éste es un libro de psicoterapias basadas en las teorías freudianas. Teorías cuyos fundamentos son, como muchos psicólogos sostienen, desactualizadas y cuestionables.

Creo que el mayor provecho que le pude sacar fue el leer los casos psicológicos que fueron expuestos pero, en general, no sabría si es adecuado para recomendarse o no tanto a escritores como psicólogos en general.

El oscuro descenso de Elizabeth Frankenstein
Por Kiersten White

(Ir a la Sinopsis) Admito que con White me pasa algo muy similar que con Maggie Stiefvater: a pesar de que su estilo de escritura no me termina de encantar, siempre me leo sus libros. Siempre, porque tienen temáticas de lo más interesantes.

Éste en particular, no lo disfruté mucho durante toda la primera mitad (porque, vamos, es un libro relativamente corto), pero admito que toda la segunda mitad fue genial, me gustó mucho la revindicación de ésta historia y sus personajes y creo que valió totalmente la pena leerlo todo gracias a ésto.

Me gustó bastante a pesar de las primeras páginas (y lo dice la reina de los inicios lentos), así que lo recomiendo un montón, sobre todo si te gustan los retelling y los twists oscuros.

El Jardín de Marta
Cliente: Cazador de Ratas.

Ésta fue una portada que hice de comisión para un bolsilibro y, por ahora, lo único que puedo revelarles es que es una historia de lo más preciosa. Un relato adorable de una anciana y su jardín en medio de un mundo estremecedoramente gris. Sale a la venta éste mes, así que estén atentos a la web de Cazador de Ratas.