La angustia de volver a casa

Una de las preguntas más recurrentes que se me hacen en las entrevistas es: «¿Qué se siente haber logrado el éxito que tienes ahora?».

A veces me cuesta mucho pensar en la respuesta, pero siendo cien por ciento sincera, y respondiendo de una manera que probablemente nunca he dicho en las decenas de entrevistas que he tenido hasta ahora, es que siento mucha presión.

La verdad es que escribir para mí tiene un único propósito: volver a casa. Sanar. Volver a un sitio donde fui feliz, y siento que no hubo un momento de felicidad más grande para mí el día que tomé mi computadora en aquella noche de septiembre de 2015 y comencé a escribir la historia de aquel chico. Cada que pienso en los motivos que me llevaron a ese lugar, a ese momento, siento mucha nostalgia. Siento un deseo irremediable de llorar, de lanzarme al pasado y quedarme allí, en esa noche fría, sola con la madrugada y la desesperación de contar una historia como yo quería leerla.

Esa evocación de ese momento nirvánico, lleno de desesperación, de angustia, pero a la vez, motivada por la más absoluta felicidad, es a veces lo único que me gustaría sentir de nuevo.

Es una sensación que amo, y que extraño todos los días, y que la busco constantemente en la música, en las cosas que leí en aquel año de mi vida, en los sitios web que visitaba —inclusive, en el aroma de un repelente de mosquitos que usaba en el almacén de herramientas donde comencé a escribir—. Pero, sobre todo, en los libros que me hicieron encontrar mi casa en aquel momento, a los que vuelvo cada ciertos meses, buscando desesperadamente recuperar un poco de mi melancolía.

Pero también soy dolorosamente consciente de que mucho de lo que amé en aquel momento decisivo ya no existe. La escritora que yo seguía en aquel momento ya no escribe. O sí lo hace, pero muy rara vez y de temas que no me acercan ni un poco a la pasión furiosa que sentí en el momento en el que le leí por primera vez.

La playlist que armé en spotify en ese momento no la reproduzco casi nunca, con miedo a que cada que escuche sus canciones, éstas pierdan un poquito de su magia. La marca de bebidas energéticas que comencé a tomar en aquellos momentos ya no existe —pero vaya que me dejó una secuela de ansiedad que ya no se me quita ni con una intravenosa de cafeína.

Eso sí. Aún compro el repelente de vez en cuando. Es buenísimo.

Pero ahora hay muchas cosas más que siento al momento de escribir. Y no sé, pero duele porque esa nostalgia a veces ya no la encuentro. En vez de esa dolorosa desesperación por escribir, me encuentro con la presión de llenar una sala de lectores. De cumplir expectativas. De ver qué tanto se me menciona en redes sociales, cuánta gente me sigue al día, cuántas stories, twitts y demás se me dedican aún cuando soy consciente de que no tengo tiempo para leer todo y a veces estoy tan deprimida que no tengo fuerzas para siquiera dar un like.

Y estoy hasta la madre de la gente que me dice, condescendientemente, que debería ser mejor persona y no sentir nada de eso, que porque como escritora, debería ser más noble. Más agradecida.

Que se vayan al carajo. Estoy cansada de sentir que le debo nobleza, espíritu compasivo y triunfo al público cuando éste comenzó a quererme precisamente porque estoy enferma, confundida, y porque escribo porque tengo nostalgia.

O porque estoy muy, muy enojada. ¿Escribir porque me pone contentilla, porque me fascina la fantasía y los mundos maravillosos y porque y siento maripositas de felicidad frente al teclado? Can’t relate. Yo sufro cuando escribo. Lloro y me reviento de coraje.

Es atormentador. Pero también adoro ser un monstruo terrible con fugaces momentos de belleza.

Y nunca, nunca puedo volver a casa, y eso me asusta, porque la melancolía de escribir no me la da una sala llena de lectores, no me la dan las etiquetas ni las reseñas maravillosas. Sólo me la dan mis momentos más terribles de nostalgia, de sueños de una noche de otoño —perdonen, el verano había pasado hacía una semana—.

También me da miedo ser demasiado sincera. Porque a nadie le gusta escuchar a un escritor exitoso decir que nada de lo bueno que le sucede le llena, o que no siente satisfacción con las ventas altas, con los lectores que se multiplican, con las reseñas asombrosas que llegan como olas.

Sí. Dios. Es exactamente eso. ¿Qué carajos es lo que quieres? Me da miedo no ser lo bastante brillante o admirable como para que la gente encuentre consuelo en mi propia historia, y no sólo en la de los libros que voy a dejar regados por la vida, porque no sé si escogí volverme escritora o escogí vivir de la nostalgia. Escogí siempre buscar el volver a casa.

Nostalgia. Nostalgia. Nostalgia. Nostalgia. Nostalgia.

Escribir y hablar tanto de esa palabra harta, pero yo la amo, la amo con tanta desesperación que planeo vivir atrapada para siempre en ella.

Me duelen los dedos en el teclado en este momento. Literalmente. Me acabo de cortar mis —para mí— icónicas uñas, y este dolor de yemas debería reservarlo para el manuscrito que estoy escribiendo.

Hace meses que no puedo leer entero un puñetero libro, así que decidí leer «Dentro del Bosque» de Emily Gould, con la esperanza de encontrar sanación en la experiencia de otra escritora y su ensayo de 50 páginas —algo que sí podía permitirme terminar de leer, para convencerme de que también me sigue gustando leer—, y lo único con lo que me encontré fue con un ensayo triste, agujereado y mediocre, como un pollo a medio cocinar. Pero si ella pudo escribir semejante despropósito, yo puedo escribir y publicar esta entrada sin leerla dos veces y no sentirme tan culpable por las cosas feas que no se supone que alguien tan idealizado como yo deba decir.

Pero ahora que lo pienso, tal vez Gould sí me ayudó. Tanto como la absurda imprimación de Stephenie Meyer me ayuda al hacerme sentir que mis ideas no son tan ridículas después de todo.

¿Y les confieso otra cosa horrible? Escribir esto no tenía ningún maldito propósito más que publicar una entrada de blog. Adoro los blogs. Me dan pinche nostalgia, maldita sea, y siempre adoré la idea de tener un blog minimalista, precioso y lleno de entradas interesantes, pero resulta que mi blog no es otra cosa que mi bote de basura donde voy tirando todo lo que se me está pudriendo.

Y está bien. No puedo prometerles que algún día, en algún momento, seré más profunda y brillante. Pero, Dios, vaya que me siento auténtica ahora mismo.
Sigo buscando la forma de volver a casa.

Carajo. Cómo me duelen los dedos.

Yo en 2016. Sin nostalgia. En casa.

4 comentarios en “La angustia de volver a casa”

  1. Oh la nostalgia, ¿qué sería de nosotros sin la nostalgia? Mi existencia completa depende de aquel sentimiento y como cuesta soltarla. ¿Cómo soltamos algo que nos hace sentir tan bien en el corazón? Ese calorcito?… Aunque nos congele todo el resto para poder disfrutar de ese calor.
    Vos sentite como sea, los demás, incluido yo, ya pueden meterse sus opiniones por dónde no brille el sol. Allá cerca de Lancre, como decía Pratchett.
    Por mi parte yo me alegro que sigas escribiendo. Aunque sea una servilleta al año. Saldré solo en los agradecimientos de la primera edición, pero no sabes lo lindo que se sintió eso. Solo por eso ya te ganaste un rinconcito perenne en mi alma…. Bueno, en lo que queda de esta.

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    1. Ay, miles de gracias por seguir aquí, que ver tu comentario también me ha traído un montón de nostalgia, y creo que los dos ya sabemos lo valioso que es. Siento que gran parte de todo lo que soy empezó gracias a este blog, y por eso me rehuso tanto a dejarlo ir. Gracias por tanto.

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      1. Te entiendo perfectamente. Por coincidencia hace poco volví s mirar estás páginas que me había perdido mucho tiempo de acá. El bloqueo ha sido muy, pero muy largo.
        Mucho exito en todo lo que viene, Mariana y paz, ojalá mucha paz también.
        Que nunca nos falte la melancolía.

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